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El baúl de Mawey

Cuento "El caracol"

EL CARACOL

I

Era mediodía y estaba agotada. Se sentó en un banco de madera mientras columpiaba sus pies ("asomada a la borda de un barco pirata"), miraba sus zapatillas azules y sus tiznadas puntas de carbonilla (" es pólvora, de tanto luchar contra los malos").
Tenía los carrillos sonrosados, y a pesar del sudor, su melena rubia brillaba aún más bajo el sol de mediodía. Miraba el prado de la rotonda, en la plaza donde solía jugar ("es una isla que esconde un tesoro"). En su prado se elevaba una pequeña palmera ("el árbol del ahorcado, en el cerro más alto de la isla").
La batalla había merecido la pena. Sus amigos ("piratas y fieros navegantes") retornaban a puerto para comer. Pero su padre ("mi rescatador") seguía leyendo el periódico, sentado en un banco (perdón, barco), algo más alejado.
Cuando de repente, percibió a su lado un ligero movimiento.
Un caracol se movía sobre el banco, acercándose a su mano. ¡Y a toda máquina!
La niña estaba asombrada al ver un caracol correr tan deprisa.
Acercó el rostro para verlo mejor.
-Hola! -gritó de pronto el caracol. Y diciendo esto, pegó un salto y fue a parar a la palma de su mano.
La niña miraba divertida, primero al caracol y luego a su padre ("A veces en vez de escatarme me tortura con sus bromas").
-Hola -respondió la niña tímidamente. El caracol daba saltitos sin parar.
-Hola, ¿No sabes quien soy? -repetía el caracol.
-Un... ¿Caracol muy divertido? -respondió ella riendo.
-¡Nooooo!,¡soy tu imaginación!
La niña no salía de su asombro. Su imaginación. Carcajada. ("¿Será el sol? ¿Será que tengo hambre?").
No estaba ni mucho menos asustada, sino contenta ante semejante descubrimiento.
El caracol continuó saltando y diciendo:
-¡Gracias por rescatarme de la isla de los piratas! Me he subido a los cordones de tus zapatillas.
Pero en medio de aquella sorpresa tan divertida, su padre doblaba el periódico. Así que rápidamente escondió el caracol en su pañuelo, y lo guardó en la bolsa de la pelota.
Y tomando la mano de su padre, regresó a casa.
Al llegar, emocionada, corrió a casa para enseñárselo a su madre.
-¡Mira mamá! -la madre dejó por un momento la cocina para acariciar el cabello de su hija ("que sucio está, por dios bendito")- Lávate las manos antes de comer -dijo mientras le daba un sonoro beso. Al mismo tiempo se agachó para ver de cerca el pañuelo abierto que su hija le mostraba.
-¡Anda, un caracol¡ -exclamó sonriente. Pero de reojo pudo ver a su hija frunciendo el ceño.
-¡Que no mamá, que es un caracol mágico! -replicó la niña. Y lo empujó con un dedito, intentando que saltara y hablara.
-Vamos, amigo, venga -le decía dulcemente. Pero el caracol no se inmutaba.
La madre calló, sonriente. Viendo los ojos tristes de su hija, dijo:
-¿Sabes que vamos a hacer? lo vamos a poner en una cajita, con lechuga, para que descanse. Seguramente, luego hablará.
Y dicho y hecho, el caracol pasó a ser la mascota preferida de la niña.

II

Cada día la niña se acercaba a la caja, la limpiaba, sacaba al caracol a pasear por su mano y le hablaba. Ya no bajaba a jugar al parque ("tengo cosas importantes por las que preocuparme").
Pero el caracol no decía nada y parecía que se movía torpemente. La niña estaba preocupada.

-Hija, ¿De verdad no quieres dar un paseo con tu padre?
Su padre le preguntaba sentado desde el sofá, mirándola por encima de las gafas.("Mi papá no entiende nada"). Fue entonces cuando una mueca surgió en su rostro.
Al mirar a su padre, solo veía un hombre en zapatillas, con pinta mas bien de estar cansado. Su mirada se entristeció. ("No parece que sea mi rescatador").
Su madre bajaba con sus otras hermanas a la calle "Hasta luego, nos vamos a la plaza. Si quieres acercarte, ya sabes donde estamos". Dos sonoros besos y el murmullo de la puerta.
La niña se asomó por la ventana. La luz era alargada y cálida. En el patio sus amigos corrían
en bicicleta haciendo cabriolas, persiguiéndose, riendo y saltando por los bancos.
En ese momento apareció su madre llevando de la mano a sus hermanas, con gesto cansado.
Que pequeñita parecía.
La niña dio un respingo. Su madre había cambiado de repente. Ya no era aquella princesa que antaño recordaba.
Se asustó. Algo iba mal. Miró de reojo al salón. Su padre seguía sentado, en zapatillas, con sus gafas aburridas dormidas a media nariz, junto a un periódico medio doblado de sueño.
La tristeza, la oscuridad y el silencio parecían rodearla. Hacía días ("siglos") que cuidaba a su caracol, y éste no parecía reaccionar.
Entonces se tumbó en la alfombra, delante de la caja de zapatos-vivienda del caracol, justo frente al ventanal de su habitación. Apoyó su rostro sobre las manos, en gesto reflexivo.
Sus ojos miraban atentamente a su quieta y muda mascota. El caracol parecía darse cuenta, devolviendo la mirada y moviendo sus antenas.
En ese momento su mirada voló a través de los visillos, y se encontró con la plaza de sus juegos, y en medio de la misma, la rotonda de césped con la pequeña palmera en su centro.
Entraban las risas de primavera por la ventana entreabierta.
La niña se levantó con calma ("Tengo que hacerlo"), y tomando la caja con ambas manos, se acercó a su padre.
-Quiero ir al parque papá. -Su tono era grave.

III

En la calle todo era luz alegre y sombra acogedora, contrastando con la tristeza que la niña
reflejaba en su rostro. Una vez allí se acercó despacio a la rotonda, caminó por el césped, y se acercó a la palmera. Abriendo la caja, posó al caracol sobre la hierba.
-Lo siento caracol, pero me apetece jugar -la niña sollozaba.
Se levantó. Y cuando se alejaba, pudo escuchar claramente:
-¡Gracias, gracias!
¿Había sido el caracol?
No se giró. Pero en su rostro surgió una preciosa sonrisa, mientras la última lágrima resbalaba por su mejilla.
Descendió el cerro, alejándose tímidamente de su fantástica isla, sin mirar atrás.
Sin previo aviso, su padre la izaba por los brazos, y haciéndola volar a su alrededor, la sentó sobre sus hombros. Entre gritos salvajes y a la carrera, se acercaron al grupo donde jugaban sus amigos. Muy cerca se encontraba también su madre, sentada en un banco.
-¡La capitana ha vuelto! -gritó de nuevo un pirata.
Su madre se levantaba para recibirla con una preciosa sonrisa.
("Qué tonta he sido, es la princesa más maravillosa del mundo").
Su padre la posó, muy despacito, en el suelo.
("Pero qué fuerte es mi rescatador...").

Y la niña, se lanzó de nuevo a la aventura.

FIN

Miguel Ángel W. "Mawey"
16 de Mayo de 2004 ®

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